El concepto de autoridad de AMLO viene de las nociones de democracia participativa o gobierno asambleario: un modelo de abajo hacia arriba donde tiene más valor lo que decide “el pueblo” que las cúpulas.

Estas ideas surgen a partir de que muchos de los ideólogos y miembros de Morena vienen de participar en movimientos sociales que se rigen a través de asambleas y que su ADN está hecho de la lucha contra el “autoritarismo”.

Para ellos, la autoridad se deriva del mandato de todos. Pero ¿puede una sociedad compleja, diferenciada y conflictiva organizarse a través de la “democracia participativa” como si fuera una asamblea?

De las primeras contradicciones que se encuentran con estos conceptos de autoridad es que la toma de decisiones es muy lenta. La eficacia y la efectividad que se requieren para gobernar se pone en riesgo y está sujeta a debates interminables.

También, quienes han participado de cualquier asamblea saben que la posibilidad de caer en prácticas autoritarias no está exenta en los modelos de “democracia participativa”. Si pensamos en cómo se logra la convocatoria a los participantes de una asamblea y cómo se logra el voto o el aplauso en la toma de decisiones, sabemos que puede haber coerción. Siempre hay quienes quieren que prevalezcan sus intereses y están dispuestos a operar para que así sea.

Veamos la intención de hacer una “consulta” sobre el proyecto del aeropuerto. Decisiones como ésta se acaban convirtiendo en un espectáculo cuando se convoca a toda la sociedad a participar. Para debatir y decidir hay que informarse, volverse un experto. La percepción de que la autoridad detrás de una decisión como ésta deba emanar del pueblo es un mito ideológico.

Inevitablemente existen decisiones de gobierno que no serán aplaudidas por todos, ni entendidas en una dimensión individual o de pequeñas colectividades. Se requiere una auténtica visión de Estado para salvaguardar el futuro de una nación.

En este mismo sentido, no debe asombrarnos del choque natural que existe entre la visión de AMLO de autoridad y la de las Fuerzas Armadas. Son antagónicas por naturaleza. Es inconcebible desde el punto de vista de Andrés Manuel que el Ejército y la Marina no se sometan a las decisiones del “pueblo”. Y en contra parte, la concepción misma de la milicia concentra el poder en un comandante en jefe quien sabe que su libertad individual se antepone a una libertad mil veces superior, que es la de proteger a su patria.

La falta de orden y el caos que existe en una asamblea pueden ser tolerables cuando las decisiones no ponen en riesgo a todo un país. Pero este experimento de ejercer la autoridad desde una visión participativa puede terminar siendo un movimiento social y no un proyecto de nación.