Jueves, 25 de Abril del 2024
Viernes, 16 Marzo 2018 02:45

¡Los debates no son para todos!

¡Los debates no son para todos! Escrito Por :   Yaxa Michel

Miren, cada quién tiene que saber para qué es bueno. No todos tenemos capacidades para todas las cosas. Y, pues, los candidatos no son la excepción.


Hay presiones para que en las campañas electorales haya muchos debates. Los debates son espacios democráticos por excelencia y la exposición y confrontación de ideas son muchas veces determinantes para decidir un voto. Lo cierto es que, por ley, la autoridad electoral sólo está obligado a organizar unos cuantos.

 

Y cualquiera diría que no debe tener mucha ciencia organizar un debate; pero, es más complicado de lo que se imaginan. Primero hay que cuadrar agendas; establecer el formato del debate; marcar los tiempos predeterminados para exponer un tema, los tiempos de réplicas, si los micrófonos de los demás estaría cerrados o abiertos, si se puede interrumpir, si puede haber apoyos visuales; también hay que definir los turnos: quién responderá primero, quién cierra el debate; escoger a un moderador y ponerse de acuerdo en temas a debatir y formato de las preguntas.

 

Y ninguno de estos detalles es banal. Cada uno de ellos comunica y puede ser crucial para beneficio de uno u otro candidato. Por ejemplo, imagínese que se decide que el debate tendrá una duración de hora y media y que los candidatos estarán de pie detrás de un atril. Yo creo que eso podría resultarle incómodo a un candidato enfermo o senil. O, por el contrario, que armaran un debate tipo charla de programa de revista con los candidatos alrededor de una sala con un moderador al estilo Andrea Legarreta, los resultados serían muy diferentes.

 

Cada una de estas decisiones tienen ventajas y desventajas para los candidatos y los equipos de campaña sopesan si en general el resultado les beneficiaría o no. Cada asesor de imagen, oratoria, mercadotecnia política, sabe cuál es el fuerte de su candidato y así, decidirán si participan o no en los debates.

 

Lo paradójico del asunto de los debates es que, aunque hay una exposición de ideas, las emociones son las que determinan más al votante a favorecer a uno u a otro candidato durante un debate. Siempre se trata de definir un ganador. Quién calló a uno. Quién le respondió a otro. Son los ¡tómala! ¡ahhhh! ¡uuuuuuy! los que definen cómo nos sentimos respecto de los candidatos.

 

Al público, más allá del interés sobre las propuestas (que la verdad desafortunadamente pocos le ponen atención), nos gusta el reality show. Nos gusta el circo, maroma y teatro. Nos gusta ver sangre, que se den hasta con la cubeta. Ansiamos los momentos polémicos para correr a ver los memes y burlarnos de nosotros mismos toda la semana. Siempre lo hemos hecho así, desde la primaria cuando le tocaba exponer a un compañero, no faltaba el que buscaba hacerlo reír o le aventaban pedacitos de servilleta babeada con un popote.

 

Insisto, no culpo a los que no quieren participar. Nadie quiere subir a exponerse o a hacer el ridículo. Da miedo que se note que no sabes. Da nervio que se te olvide algo que ensayaste. Se vale decir, que lo tuyo no es el debate, que lo tuyo es gobernar, dirigir, administrar. Así es que si sus asesores ya midieron cómo viene la pedrada, pues mejor quitar al pájaro. ¡Los debates no son para todos!

 

 

 

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