Si se confirma que ganó la gubernatura de Puebla, que sea la primera gobernadora será un hecho envuelto en dificultad, mejor dicho, en adversidad: en ese caso, habrá ganado por un margen estrecho (menos de cuatro puntos), sin mayoría electoral clara (menos del 40 por ciento de los votos), sería impugnada política y mediáticamente por algunos sectores y es probable que sea impugnada judicialmente; pero eso no es todo: sería el primer Ejecutivo sin una mayoría en el Legislativo (parece que, de 26, Morena se llevará al menos 16 diputaciones de distrito uninominal, 61 por ciento), es decir, sería gobernadora bajo la primera experiencia de verdadero “gobierno dividido” en Puebla, y a ese tipo de gobierno habría que sumar el de “gobierno yuxtapuesto” relativo a la capital: el Ayuntamiento de la ciudad de Puebla estará en manos de un partido -Morena- que no es el que tiene la gubernatura.
Por si fuera poco, casi todos los diputados federales (14 de 15) que corresponden al estado no serán del PAN y su coalición sino también de Morena; esos diputados son los que aprobarán el presupuesto federal y, por tanto, lo más relevante del dinero del gobierno estatal. Volvamos a ver el cuadro adverso: victoria electoral estrecha e impugnada, gobierno sin “mayoría-mayoría” electoral y sin mayoría legislativa, rodeado por gobiernos municipales y diputados federales que le son de oposición -de oposición respecto a ella pero no respecto a un presidente de la República que no es del PAN. Martha Erika tendría que batallar mucho, con humildad cambiar muchas perspectivas y estrategias, y abandonar a tantos farsantes y mediocres que la “asesoran”. No hacer esos cambios sería dificultar más las cosas.