Insoltin an unacceptable, diría Ricardo Anaya, es el clima de intolerancia que comienza a construirse en el país. Lo dice quien ha sido linchador, pero también ha sido linchado. La inminente victoria de López Obrador en la elección presidencial no puede estar precedida por una ola de fanatismo que, por definición, es enemigo de la inteligencia.
México es una ‘olla de presión’, un barril de dinamita a punto de estallar por la tremenda agresividad que se vive y se sufre en las redes sociales. Todos los discursos de odio, las expresiones agraviantes, las amenazas de muerte, los deseos que violen a tus hijas y maten a tu madre, es cuestión de todos los días. Aquellos que somos figuras públicas —porque así decidimos serlo—lo sufrimos.
De alguna forma, antes los periodistas teníamos el monopolio del linchamiento mediático. Acusábamos, señalábamos e incluso difamábamos sin que del otro lado hubiera mecanismos de defensa. El poder de nuestra firma, por así decirlo, era absoluto para administrar la reputación de los políticos.
Pero las redes sociales no crearon una legión de idiotas —Umberto Eco dixit— sino que crearon cientos, miles, hasta millones de interlocutores que se sienten con el derecho de juzgarnos, amenazarnos, difamarnos y, en grado máximo, lincharnos como lo ocurrido a Ricardo Alemán, un experimentado periodista que juega al provocador pero que se chamuscó con el jueguito idiota de abrir la puerta a la promoción de un magnicidio de López Obrador.
Detrás de esos millones de interlocutores a veces ni siquiera hay personas reales. Se trata de bots, granjas operadas, máquinas del insulto y del odio. Insultar, gracias a los teléfonos móviles, es una actividad gratuita, sin costo ni riesgo, porque insultar cara a cara implica la posibilidad de recibir una sopa de nudillos.
Probablemente lo de Alemán fue una estupidez, un desliz o una ‘mala leche’, que se convirtió en linchamiento mundial, y perdió sus espacios mediáticos en televisión y prensa escrita, empresas que cortaron la cabeza para congraciarse con el inminente ‘Tlatoani’ tabasqueño. Para los aplaudidores, los fanáticos López Obrador, es una vendetta justa por los años de descalificación e insultos que sufrieron del comunicador.
Esa vendetta “justa” también es una censura anticipada que sólo pueden aplaudir en el país de los fanáticos. Probablemente no nos gusten las ideas de Alemán, pero tiene derecho a expresarlas, porque además le habla a un mercado que comparte su pensamiento, tanto así que Televisa, Canal 11 y Milenio pagaban sus colaboraciones.
¿Y qué van a hacerle los fanáticos a ese segmento de los mexicanos que gustan de los comentarios provocadores, neoliberales o estúpidos de Alemán? ¿Fusilarlos en el Cerro de las Campanas, expropiarlos, como pidió el escritor Taibo? El fanatismo, por definición, no tiene límites, así como sus exigencias de pureza ideológica, ética o racial.
El ‘Hospital del Odio’ del que habló Jaime Avilés en 2006 es un fantasma que vuelve en forma de vendetta, pues la herida de ese año nunca cerró realmente, y quienes fueron vacas en ese momento ahora, en la victoria, reclaman su justo lugar de carniceros. El primero en caer fue el periodista Alemán, pero nadie sabe quién puede ser el siguiente. El pueblo anda sediento de sangre y no ve quién se la hizo, sino quién se la pague.
Las redes sociales eligieron al actor cómico Eugenio Derbez, quien hace apenas un mes fue nombrado héroe nacional por ganarse un lugar en el mercado de Hollywood reconocido con una participación en los premios Óscar. ‘Ludovico Peluche’ se convirtió en el ícono de mexicano luchón, que sí puede, que va a los Estados Unidos y triunfa. El chingón, pues.
Pero al chingón se le ocurrió hace un par de días, en entrevista con Ciro Gómez Leyva para promocionar su nuevo filme en Estados Unidos, estrenado con bastante éxito en taquilla, afirmar que López Obrador quizá no es lo que más convenía al país. Lo expresó de manera comedida, respetuosa y reflexiva. Pero cometió un pecado mortal a ojos del fanatismo.
La jauría se desató: el actor chingón se convirtió en actor vendido al sistema. La ‘chairiza’ inmediatamente llamó a boicotear la película mientras las redes sociales se inundaban de memes para derrumbar a quien antes se idolatraba. Ya se sabe que una de las aficiones de los mexicanos es derrumbar a aquellos a los que antes levantamos en pedestales.
El cómico Derbez convirtió la expresión de su juicio político un acto de valentía intelectual equivalente a las 99 tesis de Lutero o el Eppure si mouvi de Galileo: luchar contra el fanatismo es un riesgo porque las turbas desatadas son peligrosísimas.
A esta altura, temo que entre López Obrador gane con más contundencia, más cerca vamos a estar del país de fanáticos en el que no quiero vivir. Y no es culpa de López Obrador, sino de aquellos que identifican victoria con vendetta.