¿A quién?

Al presidente.

Al personaje que durante 18 años recorrió el país prometiéndonos lo que queríamos escuchar, “que este país tenía que cambiar el curso que llevaba”

Treinta millones consideraron que era el indicado, que sus promesas iban a ser realidad y que por fin tenían a “la esperanza de México” listo para la justicia la re dimisión de millones de mexicanos que cada vez enfrentan mayores retos para salir adelante.

Lo compraron como “la esperanza de México”, el salvador. Y es que México y todos los mexicanos merecemos mejor suerte.

Lamentablemente sobre la marcha las cosas resultaron en unos casos igual y en otros peor.

En sus famosas conferencias mañaneras sus declaraciones a veces abonan a su descrédito, en otras volatizan el sentimiento que quedaba de que al menos existía una luz de esperanza. En ocasiones ríen como si se tratara de un show que busca hacer reír con ocurrencias. Y en otras, el desencanto cae a los terrenos de la ira, la decepción, y hasta el coraje con todo y que se empeñe en afirmar que “todo el pueblo de México es rete que feliz, feliz”.

Es el momento en el que se produce un sentimiento de desamparo ante la irreparable pérdida de un ser del que se esperaba todo y deja ‘plantados’ a todos.

E incluso, sin proponérselo, llega a irritar con “sus datos” como cuando afirma que los mexicanos mejoran su situación y que hoy pueden comprar más porque les alcanza con un salario fortalecido con un aumento de más del cinco por ciento frente a una inflación controlada.

Es el momento en el que recordamos que AMLO, igual que todos sus antecesores, comen y viven patrocinados del presupuesto, que alguien tiene la obligación de resurtir su despensa sin extender la mano para que el jefe pague, a diferencia del resto de los mexicanos que semana tras semana se enfrentan a precios más caros para los que el aumento salarial ya no alcanza.

Esa es la realidad de más de 50 millones de mexicanos que decepcionados siguen esperando un cambio.