Siete meses después de arrancado su gobierno, un año después de su victoria arrolladora, no hay maroma que valga: la Cuarta Transformación de López Obrador está en crisis. Puede haber debate sobre las causas, si las inercias son más poderosas y las fuerzas del Antiguo Régimen resisten, o si de plano el Presidente no entiende que no entiende. Pero el diagnóstico no cambia.
El tabasqueño se ha dedicado a sembrar vientos, por eso no extraña que coseche tempestades. Ha soltado golpes en todas direcciones, ha llevado al máximo su nivel de ofensa, pero no en todos los frentes encontró docilidad, sino resistencia. Los integrantes de la Policía Federal, algunos corruptos, otros honestos, desmontaron el nuevo modelo de seguridad basado en la Guardia Nacional, un nuevo cuerpo servido en botella vieja. Los mismos militares y marinos sólo estrenando uniforme.
Frente a las resistencias externas a la 4T, el presidente ha encontrado multitud de argumentos para echar maromas salvadoras. Pero la renuncia del secretario de Hacienda confirmó que López Obrador no pudo, no quiso, conformar un gobierno unido, sino un gabinete de utilería que no encuentra la hora para abandonar el barco.
Carlos Urzúa se fue dando un portazo que le tumbó los dientes al tabasqueño tanto por las formas como por el fondo de la renuncia.
Dimitir no es pecado, porque los funcionarios de un gobierno son compañeros de viaje, no esponsales hasta que la muerte los separe. Que el secretario de Hacienda tire los bártulos ante la imposibilidad de que el presidente entienda que el dinero no alcanza para todo y para todos no es sorprendente.
Se agradece incluso la honestidad, aunque si le molestaba que le nombraran a todos a su alrededor, como dijo en su carta, debió anunciarle en julio de 2018 a López Obrador que muchas gracias, que no aceptaba el nombramiento, que la función de secretario de Hacienda requiere confianza y autoridad.
Urzúa siguió el camino trazado por Germán Martínez: renuncia epistolar, estilo pasional, denuncia de injerencias externas a los propios funcionarios, sugerencia de corrupción y conflictos de interés. Peor, imposible. Se fue tirando golpes a su ex jefe, lo que para algunos equivale a traición.
En la forma, Urzúa asestó la puñalada con una renuncia inesperada, epistolar, seguramente producto de un último exabrupto, pero con varios conflictos previos. ¿Cuál fue el punto de inflexión, la gota que derramó el vaso? ¿Cuántas discusiones tuvieron antes, cuál fue la diferencia irreconciliable?
¿Estaba enterado AMLO de la carta de renuncia vía Twitter, de su tono, de las denuncias contra sus compañeros de gabinete? ¿Trató de frenarlo, Urzúa se fue por la libre? ¿O simplemente la bomba le estalló entre las manos, justo en la hora de la actividad frenética de los mercados?
Si AMLO sabía de la renuncia, ¿ya tenía perfilado al subsecretario Arturo Herrera como sucesor o fue un bomberazo para calmar las aguas? ¿Tenía en mente un mejor perfil y lo batearon, o la cara de muerto en vida de Herrera durante su presentación como titular de SHCP fue gratuita?
En el fondo, la renuncia de Urzúa confirma la inviabilidad económica del modelo de López Obrador. Los 500 mil millones de pesos que prometió en campaña, resultado de la honestidad en el ejercicio del dinero público, nunca aparecieron por ningún lado. Todavía los siguen buscando, y lo único que encuentran son nuevos recortes, nuevos despidos. Abren cajones y los encuentran vacíos.
Lo que sí aparecieron fueron más presiones de gasto sin nuevos ingresos, porque al desplomarse la actividad económica se contrae la recaudación de impuestos. Y si Pemex no produce más petróleo, sino más demanda de recursos para darle viabilidad frente a su endeudamiento, es evidente que Urzúa “llegó al hueso”, en la expresión de otro célebre secretario de Hacienda defenestrado por la misma razón, Silva Herzog.
Así de simple, no hay más dinero.
No hay dinero para pagar la cancelación de Texcoco, la construcción de Santa Lucía, Dos Bocas y el Tren Maya. ¿Son esas las políticas públicas sin sustento de las que habló en la carta?
No hay dinero para mantener a los ‘ninis’, pagar a los niños de las estancias temporales, liquidar Policías federales y miles de burócratas del Gobierno federal.
No hay dinero para pagar Guardia Nacional en la frontera sur y, al mismo tiempo, darle recursos frescos a El Salvador, Guatemala, Honduras y todos nuestros vecinos jodidos si de por sí nosotros somos jodidos.
Así de claro se lo debe haber dicho a Urzúa en esa última reunión, ese último exabrupto que detonó la renuncia y la posterior catarsis epistolar: NO-HAY-MÁS-DINERO-SEÑOR-PRESIDENTE.
Y ALV.