Retrato hablado de una alcaldesa -Cronica-

 

Érika Rivero Almazán

 

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Son las 5.45 de la mañana del domingo 11 de noviembre y Blanca Alcalá abre los ojos sin despertador: “hoy es la elección, hoy ganaré… seré la primera alcaldesa de Puebla”. Lo supo con certeza desde principios de octubre, pero sólo se lo confesó a su esposo Eduardo, el único que conoce todos sus secretos.


Esa noche durmió sin sobresaltos, pero la emoción la hizo pararse de la cama para leer un rato “El Secreto. La ley de la atracción”. Ya había visto la película por sugerencia de su hijo Rodrigo, y le encantó.


Tuvo una tentación: un baño en el jacuzzi, pero desistió. Tampoco practicó su media hora de bicicleta. Imposible hoy permanecer serena cuando la invaden dos sentimientos: de alerta y de alegría.
No hay dudas ni incertidumbre. Sólo cierta ansiedad para confirmar un triunfo anunciado.
La última llamada de la noche anterior la recibió de su jefa de campaña, María Esther Sherman: “Hiciste tu campaña como quisiste, ahora guárdate en tu casa y déjame chambear a mí, que esto me sale muy bien”. Y Alcalá obedeció.


Su casa, en la Calera, está silenciosa. 


Sin llamadas telefónicas, sin llamadas a la puerta,  la candidata y su familia desayunan con tranquilidad en la cocina. Eduardo fue por los jugos a la esquina, Rodrigo cortó el pan y Blanca picó la cebolla, el chile y los jitomates para los molletes. Fue Karina la única con celular en mano que hacía llamadas a todos sus amigos para que fueran a votar.


Disfrutaron el desayuno, a sabiendas de que en el futuro no habrá muchos así.


Eduardo aplazó sus reuniones en el despacho de arquitectura que tiene en Tlaxcala, desde donde diseña obra para Tlaxcala, Oaxaca, Veracruz y Tehuacán. Hoy prefirió apoyar a su esposa. Karina aplazó su viaje de intercambio de la Udla a Canadá, lo hará en Enero, mientras Rodrigo, el más reacio de la familia para convivir en losambientes de la política, busca la posibilidad de estudiar su carrera en el Distrito Federal, en el ITAM.


Los cuatro reunidos en la sencilla mesa de la cocina, charlan y bromean sobre la campaña, la jornada electoral y sobre el triunfo de Blanca.


Es en ese momento cuando habló la mujer, la esposa y la mamá. Los ojos se nublaron y la voz se quebró: “Esté donde esté, siempre buscaré ser una mujer humana,  humilde. No dejaré de ser yo. Ese es mi compromiso con ustedes, ¿saben por qué? porque el día que deje de serlo podría perderlos y su amor es lo más importante para mí”.


Eduardo la abrazó: “Nosotros te seguiremos apoyando. Sólo queremos que tú estés bien y que seas feliz. A mí no me importa si eres alcaldesa o no. Te amo por lo que eres”.


Alcalá fue a votar a la casilla 1524, en la Unidad Habitacional Militar Vicente Suárez. La cita era a las 10, pero llegó una hora tarde. La trifulca entre un funcionario del IEE y un camarógrafo de TV Azteca frenó la añeja práctica para los medios de comunicación de tomar la imagen de la candidata emitiendo su voto.


Rafael Quiroz y Mario Rincón estuvieron al pendiente y optaron por pedirle a la candidata que regresara a su casa, hasta que la policía se fuera y todo se normalizara.


Blanca regresó  a la otra hora. Escogió lucir un traje blanco de saco y un pantalón que compró desde hace un año en el centro comercial Angelópolis. Los zapatos son café, de tiritas. Pero para la celebración de la noche tiene preparada una indumentaria de mezclilla que compró exclusivamente para la ocasión.


Llegó en su camioneta Ford oro, acompañada de su familia. Y los medios se le fueron encima: todos querían la entrevista, la foto. Un micrófono casi le pega en la boca. Una reportera lanzó la broma: “ya, ya, ni que nunca la hubieran visto. Bájenle”.


Blanca vota y se va. Cerró la portezuela, pero reflexiona al segundo. ¿Mi amor, dónde estás?,  pregunta. Eduardo sale entre la multitud y se sube al auto.


Ya de regreso en su casa, Blanca se siente extraña: tiene tiempo para ella. Empieza a recopilar toda la publicidad que dio en su campaña y la empieza a acomodar en su oficina, reconociendo que ese episodio ya es parte del recuerdo: las bolsas de tela con su nombre y su foto, cajitas de dulces con la leyenda “el sabor de la victoria”, lápices labiales y los rímeles (gustaron tanto que pronto ya no hubo más para repartir), un paquete escolar con cuaderno, regla, lápiz y sacapuntas, un rompecabezas que incluía la catedral de Puebla, libretitas de reportero, imán para la cocina, adornos colgantes para celular, mandiles y hasta una lata de chiles, también “con el sabor de la victoria”.


Ahora todo es recuerdo.


Son las 4 de la tarde. Sus hijos están en sus recámaras charlando con su papá. Blanca también interviene. No tienen hambre. Vuelve a su oficina. Está inquieta y tiene un antojo: abre una enorme caja de chocolates Azulejo. Empieza a escribir su discurso para la noche. La fiesta para celebrar la victoria será en el PRI municipal de la 5 Poniente, le confirman por celular.


Eduardo se va a su despacho de Tlaxcala: “te festejaré cuando estemos a solas. Hoy es tu fiesta, disfrútalo. Te alcanzo más noche”. Le da un beso en la frente y se va.


Blanca recibe la llamada de su mamá, doña Blanca Ruiz Loaiza. Está inquieta y quiere que la vaya a ver, y de paso, que salude a todos sus hermanos que están con ella. La candidata se va con sus dos hijos a la colonia San Manuel. El apapacho de la familia le gusta.


Mientras, en su hogar de la Calera empieza a llegar su equipo: la rueda de prensa será a las 8 de la noche en el hotel Gilfer. El discurso será triunfalista. La emoción ya embarga a todos, y las llamadas de felicitación empiezan a llegar: el PRI puede llevarse carro completo, dicen.


Alcalá regresa al hogar. Ahora sí muestra una sonrisa de oreja a oreja. Es la fiesta y ahora sí está preparada para disfrutarla. Desecha de última hora la mezclilla y adopta  un traje sastre azul marino a rayas. Se retoca el maquillaje y se vuelve a peinar.


Todos se suben a la camioneta. El Gilfer está que revienta de simpatizantes, de priistas, de periodistas y de cámaras. Llega y la reciben con aplausos, con gritos, con el puño en alto “sí se pudo, sí se pudo”. Silvia Tanús la abraza y la besa, Humberto Vázquez Arroyo la secunda, el tercero es Antonio Hernández Iguíniz.
Los medios la rodean y casi le impiden llegar al presídium.  


Los discursos son triunfalistas. Están todos. Valentín Meneses y Javier López Zavala se pavonean más. Bárbara Ganime, Luis Alberto Arriaga, Angélica Hernández, Jorge Ruiz, Pablo Fernández del Campo y Malinalli García están eufóricos.


Valentín grita “Habemos presidenta” y alza el brazo de Alcalá en señal de victoria.
Afuera, los coches hacen sonar el claxon.


Alcalá habla con voz segura y serena. Y lo hace arropada por su nuevo poder.
Tras el discurso, en corto comenta “es mi sueño y se hizo realidad”.


La verbena popular la espera en el PRI Municipal. Los ojos están puestos en el relevo de Enrique Doger. Vienen las felicitaciones, los abrazos y los besos al mayoreo. La fiesta y la noche son largas.
Y el PRI celebra.


 
 
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