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Miércoles, 13 Junio 2018 03:48

Los moderadores fueron los que evidenciaron al AMLO más gris

Los moderadores fueron los que evidenciaron al AMLO más gris Escrito Por :   Arturo Rueda

Con sus opositores en estado fantasmal, casi borrados, tomaron mayor relevancia los cuestionamientos a quien ya luce como próximo presidente de Warkentin, Puig y Curzio. Esas preguntas y repreguntas desnudaron lo primario de la oferta del tabasqueño: reiterar y reiterar ad nauseam que acabar con la corrupción le dará una bolsa de 500 mil millones para, según él, reconstruir el país, atender a los jóvenes, dotar de becas y cumplir una inmensa cantidad de promesas


 

López Obrador ya tiene prisa por sentarse en la silla presidencial. Ha soñado con ella, la ha acariciado con el pensamiento por 18 años y por fin se encuentra a su alcance. Su más reciente obstáculo no fueron los candidatos del ‘PRIAN’, empeñados en destruirse a sí mismos, sino tres periodistas profesionales, sobrios, quienes, sin ansias de protagonismo ni barberías, sin duda realizaron la mejor moderación de los tres debates presidenciales.

 

Gabriela Warkentin, Carlos Puig y Leonardo Curzio —los profesores de la maestría de periodismo del CIDE—demostraron que el cuestionamiento crítico es la mejor arma contra los lugares comunes del tabasqueño, al que no dejaron escaparse en sus circunloquios y divagaciones tradicionales, ni le dieron espacio para tirar un pastelazo como el de ‘Canallín’.

 

Brillaron los tres periodistas moderadores porque los candidatos demostraron sus lados más grises. En evidente estado de histeria, Anaya se sobreactuó. ‘El Bronco’ se vio bastante apagado, entre cansado del ejercicio y agotado en sus ocurrencias —salvo su FBI investigador—. Anoche vimos al mejor Meade, sin duda, y ni así es capaz de alejarse del rol de funcionario eficientísimo, con respuesta para todo, pero no apto para tomar decisiones como líder.

 

Con sus opositores en estado fantasmal, casi borrados, tomó mayor relevancia los cuestionamientos a quien ya luce como próximo presidente de Warkentin, Puig y Curzio. Esas preguntas y repreguntas desnudaron lo primario de la oferta del tabasqueño: reiterar y reiterar ad nauseam que acabar con la corrupción le dará una bolsa de 500 mil millones para, según él, reconstruir el país, atender a los jóvenes, dotar de becas y cumplir una inmensa cantidad de promesas.

 

Pero a diferencia de los otros dos debates, estos no le dieron ni espacio ni tiempo para generar una retórica de retardo, sus clásicos simplismos. O sí, pero en esta ocasión se vieron con lupa. Le cuestionaron de dónde sacará el dinero para cumplir tantas promesas, si además no plantea un aumento de impuestos. Lo machacaron con la cancelación de la Reforma Educativa. Lo obligaron a reconocer que no sabe qué hacer ante la cancelación del TLC. A decir que las pastillas contra la diabetes cuestan 15 pesos.

 

El tercero fue el más gris de los debates presidenciales de López Obrador porque acudió con aureola de cuasi presidente electo. Sus respuestas ya no se ven como las de un candidato, sino como las de alguien que en tres semanas comenzará a ejercer actos de poder. Lo que antes eran ocurrencias, divagaciones, ahora tienen un nuevo tono de escrutinio.

 

Nada irrita más a cierto sector de la población que la afirmación reiterada y reiterada de que todo se resolverá combatiendo a la corrupción. En uno de sus peores simplismos, López Obrador dijo que en los países sin corrupción como Suecia o Dinamarca no hay pobreza. Una afirmación provinciana que asusta. Le hace falta leer la serie de novelas Millenium.

 

O el silencio incómodo ante la pregunta de qué hará para evitar la fuga de cerebros. O la respuesta de que combatirá el cambio climático con la siembra de árboles. O la insostenible bifurcación entre apoyar al mismo tiempo la construcción de refinerías o apoyar la generación de energías limpias.

 

López Obrador es un amasijo de contradicciones que no evidenciaron sus rivales por la Presidencia, sino los periodistas moderadores. En su estado de histeria, Anaya pegó un golpecito con lo de un supuesto constructor favorito al que asignó contratos por asignación por más de 170 millones en la CDMX, y luego otro con el del presunto pacto de impunidad con Peña Nieto.

 

Pero la desesperación no es buena aliada. Anaya perdió consistencia, carece de credibilidad, y es tan lastre que hasta Meade le puso dos buenos coscorronazos. El priista, sin duda, tuvo anoche su mejor desempeño de los tres debates, pero su consistencia no alcanza.

 

Frente a aquellos que ya tratan de acomodarse con los nuevos poderosos, los que ya les hacen la barba y de plano se alinean, el ejercicio periodístico de Warkentin, Puig y Curzio señala el camino por venir ante el giro que dará México con la victoria de AMLO: el cuestionamiento crítico, sin estridencia y sin protagonismos, es la mejor manera de evidenciar el amasijo de contradicciones que vive en el vientre de la ballena que gobernará México a partir del 1 de julio por la noche.

 

Es nuestro deber no renunciar a ese cuestionamiento crítico, y tampoco entregar a López Obrador un cheque en blanco.

 

 

 

 

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