La imposición de Gil Campos en el PRI


Se inscribió al PRI de última hora, aunque ya había candidato designado


Javier López Zavala, Jorge Estefan Chidiac y Roberto Marín lograron su cometido: Carlos Gordillo el mejor candidato en Matamoros sufrió la imposición de “El Gavilán”


Selene Ríos Andraca

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Rubén Gil Campos disfrutó las delicias del poder. No le faltaron padrinos, ni caprichos cumplidos. Era tanto el poder que concentró el narcoalcalde que logró la candidatura del Partido Revolucionario Institucional el último día de los registros y fue el entonces líder estatal, Valentín Meneses Rojas, el que cortó la cabeza de Carlos Gordillo.


Fuentes priistas narraron a Cambio el día que la fortuna le sonrió a Gil Campos. Esas fuentes detallaron la escena que vivió Carlos Gordillo, el aspirante priista mejor posicionado en Izúcar de Matamoros, ya escrita con tinta en las páginas de la historia del priismo: “Nos chingaron, compadre” (Adolfo Ruiz Cortines, dixit).


Eran días intensos en el PRI. El 26 de julio de 2007, por la imposición de aspirantes y la venta de candidaturas por parte de Valentín Meneses Rojas y Roberto Marín, militantes priistas de Tlacotepec, Tlatlauquitepec, San José Chiapa y Yehualtepec tomaron con violencia la sede estatal del tricolor. En protesta rompieron puertas, aventaron muebles, mentaron madres y destruyeron el Salón de Presidentes, hasta que sus líderes priistas cedieron a sus peticiones.


La violencia presentada en el PRI se prolongó hasta la última jornada del registro. Aquel día en que varios candidatos, hoy presidentes municipales, que compraron sus respectivas candidaturas, cenaron junto a su constancia de candidato priista.


Carlos Gordillo arribó a la ciudad de Puebla por la tarde. Horas antes le avisaron vía telefónica que él sería el candidato del PRI por Izúcar de Matamoros, por ser el mejor posicionado y por tener una buena reputación en el municipio.


Gordillo avisó a su familia y amigos para celebrar esa misma noche. Pese a las presiones y a los rumores, había logrado la estafeta priista y a pocas horas del cese de registro, nadie le arrebataría su felicidad y futuro político.


En otro lado de Izúcar de Matamoros, Rubén Gil hablaba por teléfono. Se desesperaba. Y los líderes del Partido Nueva Alianza no dejaban de presionarle para que fuera a firmar la constancia de candidatura por ese partido.


Pero Gil Campos hizo un intento más. Tenía el dinero. Tenía a los amigos. Todo era cuestión de llamarlos y que ellos hicieran lo que mejor sabían hacer para que él no quedara fuera de las siglas del PRI.


“Yo soy el mejor”, presumía Gil Campos en el teléfono. “Tú lo sabes” y cómo no, ya había demostrado en varias ocasiones que lo que menos le faltaba era el dinero, la disposición y la generosidad.


Carlos Gordillo, allegado a líderes priistas de la región como Juan Manuel Vega Rayet y otros, llegó al Comité Directivo Estatal.


Le sorprendió un poco la presencia de elementos de la Policía Estatal custodiando las puertas de su partido, pero ello no lo detuvo a cruzarlos y subir las escaleras de la sede del ex partidazo.


Había llovido ese día de julio. Había charcos en la acera y en la entrada del PRI. La tarde comenzaba a caer en la capital.
Carlos Gordillo recibió de manos de Fernando Camargo, secretario de Elecciones del Comité Directivo Estatal, la constancia de candidatura.


Se estrecharon las manos. Sonrieron. “Felicidades, candidato. Con todo”.


Gordillo intentó saludar a Valentín Meneses, pero éste se encontraba ocupado.


El ya nombrado candidato salió del PRI, sonriendo a todo lo que daba y poco le importó ver en ese momento las puertas destruidas y las ventanas quebradas del edificio partidista.


Arribó a su pueblo antes de las seis de la tarde. Esa noche habría fiesta y después tendría que sentarse a trabajar con su gente en la campaña, en los discursos…


A punto de comenzar la celebración, ya casi a las ocho de la noche, sonó su celular.


“Es del partido”, avisó a los presentes. “¿Qué pasó, mi presidente?”


Después de colgar, Gordillo le dijo a su gente que siguiera celebrando, que él tenía que atender algo de su partido con urgencia.


Subió a su automóvil con su constancia de candidatura en mano. Dos horas más tarde, la fiesta había terminado.

 


 
 
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